Un ser humano de pies a cabeza

Si he de destacar una etapa crucial en mi carrera profesional como docente, esa fue mi estancia en el I.E.S. Casas Viejas de Benalup (1999-2006). Para mí significó un antes y un después. Durante ese periodo aprendí tanto como intenté enseñar, me sentí partícipe activo de un proceso educativo armónico en el que cada asignatura tenía el peso que le correspondía dentro de un sistema globalizado, en el buen sentido de la palabra, donde las humanidades, las ciencias, las materias artísticas y deportivas estaban cabalmente equilibradas para formar parte de una experiencia dirigida hacia un objetivo primordial: la formación integral del alumnado.

Durante ese periodo, el director del centro era Salustiano Gutiérrez Baena, Salus, un director que mandaba, sí, pero que fundamentalmente actuaba como coordinador de ese proceso cooperativo donde todos los integrantes de la familia educativa tenían su sitio para desarrollar el papel que les correspondía. Salus fue el catalizador a la hora de despertar interés entre el profesorado, el alumnado, los padres y madres, el personal de administración y servicios para formar parte de ese proceso. Tomando como centro de acción la atención a la diversidad, desde el proyecto educativo se desplegó una serie de iniciativas como la formación de agrupamientos flexibles en las materias instrumentales, el refuerzo de las tutorías con la intervención directa del departamento de Orientación y la contribución de las familias, la apertura del centro en horario de tarde para el uso de la biblioteca, la realización de actividades complementarias y extraescolares para el alumnado y la impartición de cursos de formación y perfeccionamiento para el profesorado o de aprendizaje para otros colectivos de la población (recuerdo un curso pionero de iniciación en el uso del ordenador para adultos cuando el instituto se convirtió en un centro TIC, uno de los primeros de la provincia de Cádiz). Todas esas acciones más o menos académicas tuvieron como complemento una serie de actividades lúdicas y de convivencia, la mayoría de ellas aglutinadas en torno a la Semana Cultural, como representaciones teatrales, conciertos, concursos y talleres de diverso tipo, que culminaban en la jornada de convivencia a centro completo en el Celemín o el Picacho.

Tuve la suerte de formar parte, como jefe de estudios, del equipo directivo que intentaba engranar toda esa maquinaria educativa. Un equipo emprendedor y entregado plenamente a su tarea al que Salus supo cómo armonizar para que cada uno se sintiese útil y necesario en la parcela que le correspondía. Y en eso, con una asombrosa capacidad de trabajo que a veces podía parecer inabarcable, el propio Salusservía de ejemplo a seguir. Reuniones abundantes, comidas de trabajo frecuentes y un cambio de impresiones constante desembocó en una convivencia real que compactó el equipo y fructificó en una serie de amistades que aún conservo. ¡Cómo aumenta la eficacia cuando se trabaja rodeado de compañeros que además son amigos y creen en lo que hacen!

Personalmente, Salus también me empujó, gracias a su trabajo de investigación, a entender la importancia de la historia como herramienta de presente y futuro. Cómo echo de menos esas largas conversaciones vinculadas a la tarea diaria que nos unía, la relación directa entre la educación y el desarrollo personal del individuo, la conexión entre la escuela y el entorno más cercano, el maridaje entre la docencia y la vida cotidiana.Siempre coincidí con él a la hora de alinearme junto a las personas débiles, necesitadas, olvidadas. Aquellas que requieren un impulso para reencontrarse. Él, desde su innata comprensión interior y su manifiesto cariño, siempre estaba ahí para responder e interactuar transmitiendo conocimientos, buscando afinidades. En una palabra: para ayudar. Un ser humano de pies a cabeza.

Jesús Serván Amaya